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Espero no regresar al citalopram

Advertencia. El siguiente texto muy personal y hay descripciones de problemas de salud mental. Este texto no es una guía ni una descripción de ansiedad generalizada. Si sufres de esto o identificas algún síntoma después de la lectura consulta con un profesional.

Después de sentir que las paredes del taxi me atrapaban por más de una hora, llegado a mi casa, vomité en la calle. Por meses sufrí ataques de ansiedad, delirios de persecución y ataques claustrofóbicos cuando era funcionario público. Desde 2020 he estado en tratamiento psiquiátrico, y en estos días estoy en proceso de retirar mi medicamento. Quizás ya vencí el trastorno de ansiedad generalizada.

Muchas situaciones me llevaron a esta situación. En más de un aspecto de mi vida, perdí el control. Con tristeza, uno de los factores que más contribuyó a mi enfermedad es cómo enfrenté mi duelo y decepción ante el gobierno en el que trabajé. No es lo único, pero mis otras razones son más intimas.

No es necesario abundar en detalles. Simplemente la orientación del gobierno dejó de coincidir con mi posición de izquierda. Le perdí la fe. Aunque ya tenía mi doctorado programado antes si quiera de la elección de 2018, ese paso fue mi escape de una vida laboral que me estaba enfermando física y emocionalmente.

Lo más grandioso de mis días en el servicio público fueron mis tantos amigos y colegas que tenía ahí. Personas fantásticas y de buen corazón. Sin ellos, seguramente mi destino hubiese sido diferente. Sin embargo, les he fallado porque mi deslinde del gobierno causó desencuentros y problemáticas. Fallé en mi obligación de cuidar. Por ello pediré perdón. Este texto no es una justificación. Es simplemente es una explicación de la soledad y dolor que enfrente mientras superaba esta enfermedad mental.

Como todos, pasé encerrado meses en mi habitación en Londres. Resistí la oscuridad de la Ciudad, los días cortos y fríos, y sentí los terribles tiempos de la pandemia. Escuchaba las sirenas de las ambulancias todo el día porque mi departamento daba a una calle principal. En esos momentos, lo que me quebró por completo era la manera en que el virus corría sin control en mi país y en donde vivía. El fatídico invierno de 2020, perdí un familiar y toda mi familia se infectó. Pasaba las noches sin dormir pensando en qué sucedía. No pude ir a verlos. Y lo que leía de muchos lados, incluso personas que creí sensatas, era justificar la inacción. De otros lados escuchaba sólo tragedia.

En medio de este proceso de duelos personales y políticos, mi relación con las redes sociales terminó siendo tóxica. Leía un poco de mi TL y pasaba todo el día con enojo y angustia. Y cada vez que sucedían injusticias que nunca creí que el frente político donde colaboré cometería, solo leía letanías de aplausos. Mi reacción fue el enojo y la denuncia, que son dignos pero que también me distanciaron de muchos. Aunque me acerqué a otros.

Milité en ese proyecto desde los 16 años. Y mi duelo es que ya deje de creer en ese proyecto en que deje hasta mi salud. Una parte importante de mi juventud se fue ahí, y siento a veces que perdí el tiempo. Pero no debo ser duro conmigo mismo, porque era la vía que había. Luego, me enfoqué en mi doctorado y una vida lejos de mi país. Me dediqué a mi salud, a mi vida sentimental y emocional. Mi lección fue que lo importante en ese entonces para mi era yo. Aunque nunca dejé de abogar por causas que quería, por ejemplo defender a mis colegas estudiantes mexicanos que se quedaron sin beca.

Una de las emociones que me he dedicado a explorar y entender con mi terapeuta es la ira. Mi tesis trata de un mundo de ira violenta y desolación. Me preocupaba que mis emociones avanzaran sin control. Mi apasionamiento y mi furia por lo que creo es injusto replicaba justo lo que denuncio en mi investigación y opiniones públicas: resentimiento y agravios. Más allá de justicia, parecía que quería venganza, y no quiero eso.

Me preocupa como el país ha terminado en un mundo de agravios entre dos polos políticos. Estoy consciente de que las sociedades entran en ciclos de violencia y destrucción cuando los agravios se vuelven existenciales. Peor aún, cuando la esencia de una nación está en una faccionalización que no permite ver los problemas más esenciales para todos. Me consterna que estamos caminando a un escenario de ciclos de venganza y destrozo. Y creo que mi forma de opinar públicamente contribuía más a ese escenario de discurso violento que en apoyar a las causas que creo justas.

Las redes sociales, y Twitter en particular, crean perversos ciclos de agravio. Pero somos nosotros los que alimentamos esos ciclos. El algoritmo solo refleja lo peor de nosotros, lo que somos. Y reflejó una parte de mi que quiero cambiar. Reflejó una parte que no quiero ver en el mundo donde estoy, porque estoy tratando de entender una nueva ética basada en el cariño y el cuidado.

Una parte importante de mi proceso ha sido entender otra parte de mi que no suele ser aparente al público. Me preocupo mucho por quienes estimo y me duele mucho lo que veo. He entendido que necesito relacionarme más con emociones como la ternura y el cuidado. Que el mundo también tiene espacios que son hospitalarios y acogedores, donde todos nos cuidamos. Quienes me conocen saben que soy apasionado, y esa pasión se desborda en ocasiones, de buena y mala manera.

Me niego a que la política sea un juego eterno de cuchillazos y ruleta rusa. Creo en otra política con una ética del cuidado. Creo que otro mundo es posible. Uno no violento. Desafortunadamente mientras la política mexicana sea más lo primero que lo segundo, no es un lugar para mi. Creo que mi papel hoy es simplemente escribir y pensar soluciones. Hoy no existe espacio político de izquierda donde pueda hacerlo, así que será en espacios académicos y de opinión.

A pesar de grandes amistades y triunfos, aprendí que hoy por hoy la política partidista no es mi espacio. Cuando lo fue, solo me percaté de lo infeliz que fui ahí. De mi dolor y duelo: aposté y no resultó. No fue el gobierno que soñaba. Para mi era una pesadilla que solo me provocaba dolor. Y que provoca dolor. Ante el dolor, lo que me importa es ser empático, pero sobre todo curar las heridas. Es una razón muy mía y de nadie más. De mis palabras no se debe pensar en nadie más que mi. Y me ha parecido cruel que muchos han usado mis palabras para herir a personas que quiero. Lo único que puedo hacer es cuidar lo que digo.

Hoy creo que después de muchos años puedo decir que soy feliz. O que puedo ser feliz. Ya puedo dormir. Ya no pasó la noche rodando sobre mi cama rogando por unas horas de sueño. Ya puedo hacer cosas sin miedo a que un ataque de ansiedad me terminará sacando. No me ha pasado que veo a la calle esperando que un policía me detenga. O que una llamada por un número desconocido es una amenaza. Por el momento, sé que soy útil a los demás cuando estoy en paz conmigo mismo. Aunque la academia tiene momentos amargos y política de oficina lacrimógena, siento que es un espacio donde si puedo respirar.

Hoy es mi último día de citalopram. Espero no regresar a él nunca más. Una parte importante de mi proceso será simplemente dejar en lo mínimo mis redes sociales, y escribir mis opiniones en textos más concienzudos, menos coléricos, más útiles y constructivos. Y enmendar con quien desee enmendar. Y reconstruir con quien desee reconstruir. Y pedir perdón, aunque no me perdonen.

Simplemente quiero ser feliz y aliviar el dolor de los demás cuando pueda. En la forma en que pueda. Pero tengo que aprender, que soy uno más. Quizás en unos años haya otra vez una oportunidad de cambiar las cosas. Eso es una esperanza porque hoy no tengo mayor fe en quienes nos gobiernan en todos los partidos. Saludo a quienes siguen intentando cambiar para bien el país en esos espacios. Se qué hay gente de buen corazón. Espero me puedan entender que yo ya no comparto esas vías y espacios de lucha. Respeto sus luchas y quizás yo soy equivocado en esto. Solo espero que muchos puedan ver que México y la vida están más allá de diga el presidente. No dejemos que esta polarización nos pierda en el odio. Eso intentaré. Quizás falle, me reconozco humano. Si fallo, por favor díganme.

Deséenme suerte que ya no regrese al citalopram. Quiero vivir un día a la vez pensando que no volveré a ese oscuro lugar donde muchos estuvimos en la pandemia. Afortunadamente nunca caí en la depresión ni en la ideación suicida. Si quien está leyendo esto se siente identificado con los síntomas que he descrito, por favor busca ayuda. Puedo sugerir cosas. Hay que desestigmatizar la necesidad de atender la salud mental. Quizás siga en mi luto político por un periodo más largo, pero con gusto espero tomarme un café con muchos que me puedan ver más allá de la política. Que me vean como un humano más. Desde mi cubiculito compartido en Londres, o mi cuartito (no me alcanza para mucho) estaré feliz si logran cosas buenas. O simplemente que siguen bien. Les mando un abrazo.