En esta carta, supongo que larga para un lector común de internet, expongo las razones por las cuales presentaré mi renuncia al Partido de la Revolución Democrática. Escribo esta carta para aquellos compañeros de la izquierda que pueda interesarse en mis razones, personales, políticas, profesionales, y quizás de la lectura de alguno puedan surgir respuestas que aclaren mis dudas sobre el porvenir.
Toda la vida fui simpatizante de la izquierda. Mi padre me enseñó a serlo. No sólo leí a Marx, Lenin y a Trostky en mi niñez-juventud, no sólo leí La Jornada y Proceso, no sólo aprendí la historia de México, sobre todo aprendí fundamentalmente de su actitud ante la vida, de que uno debía ser empático ante el dolor de los demás. Por eso me fue natural acercarme al partido que mi padre creía, el Partido de la Revolución Democrática. Entonces yo vivía en Tejupilco, Estado de México, y mi padre me contaba de la lucha electoral del PRD en el municipio, en la que Heberto Castillo se hizo presente. No tardé con los años en participar en campañas del partido, en las marchas contra el desafuero, en apoyar a una diputada del PRD. Mi juventud fue de militancia en el Estado de México, donde todos son priistas, donde opinar diferente era mal visto.
Me afilié al PRD en la universidad, en el año de 2007 aunque, paradójicamente, la universidad no me permitía participar mucho en actividades del partido. Iba muy pocas veces a mi municipio, Metepec, donde estudie la preparatoria, a reuniones con mis compañeros del partido. Habíamos ganado la presidencia municipal en coalición con el PT. Mi militancia se complicó todavía más por las discusiones imposibles motivadas por los resentimientos acumulados de las llamadas “Redes Ciudadanas” de Ricardo Monreal contra los militantes del PRD. Los “lopezobradoristas” –fuera y dentro del PRD- eran cada vez más intolerantes contra cualquier opinión diferente. Habíamos personas en el partido que no creíamos en el fraude y que creíamos que la derrota en 2006 había sucedido por los errores del candidato. Fuimos marginados. El partido que antes me había recibido con los brazos abiertos se volvía dogmático.
Pero en 2008 la gota que derramó el vaso para mí fue el pragmatismo. En la elección de presidente nacional de 2009 voté por Alfonso Ramírez Cuéllar en oposición a Nueva Izquierda. La victoria de Nueva Izquierda me desanimó sobre el futuro del partido. Además, en una discreta reunión de militantes del PRD de Metepec se apareció Isidro Pastor, ex líder del PRI en el Estado de México en búsqueda del registro del partido para competir por la presidencia municipal. Salí aterrorizado de esa junta. Poco después, decepcionado, presenté mi renuncia al partido, pero mi renuncia jamás tuvo efecto. A pesar de que envié mis documentos de renuncia a la Comisión de Afiliación, aparecí en el padrón del partido en la siguiente elección de consejeros.
Ignoré mi militancia legal y me asumí fuera de los partidos. Así lo hice varios años. Me sentí huérfano de partido. A pesar de ello seguí apoyando las causas de la izquierda. Apoyé sin reservas la candidatura de López Obrador en 2012 –aunque me parecía mezquina su actitud con la izquierda al usar al PT y Movimiento Ciudadano como plataformas en 2009- y me uní a una organización de la sociedad civil para tratar de convencer a Miguel Ángel Mancera de una agenda de juventud de izquierda. En esos días conocí Democracia Deliberada y después de unas sesiones me convencí que con ellos podía nuevamente intentar militar en el PRD, no para obedecer a las corrientes, a los pragmatismos o los fanatismos, sino para organizar una invasión de ciudadanos razonables.
Intentamos afiliarnos y no nos lo permitieron. Después de una demanda en el tribunal electoral lo logramos. Parecía que algo podíamos lograr pero ese esfuerzo se volvía cada vez más imposible por el fortalecimiento de la alianza de Nueva Izquierda con el proyecto presidencial del PRI. Además, Miguel Ángel Mancera se transformaba en el protector del proyecto federal y su mano represora en la ciudad. Los diputados de la izquierda aplaudían la reforma educativa y culpaban a los maestros de todos los problemas. El sexenio se estaba transformando a la vida política que presencié en el Estado de México. Medios controlados, oposición corrupta, un solo discurso, el del presidente. En esos días me uní al gobierno de Graco Ramírez en Morelos. No relato aquí toda mi experiencia trabajando en ese gobierno, sólo expreso mi profundo malestar. El gobierno de Graco Ramírez no escuchaba a los funcionarios de izquierda interesados en cambiar la situación de la entidad, sólo escuchaba a los “operadores políticos”, quienes están exclusivamente interesados en ganar votos para la siguiente elección, no en gobernar para la próxima generación.
De regreso en la Ciudad de México en 2013 me sentía en una oposición en la oposición. Me encontraba en una minoría –que nunca me pareció tan minoría- contra todos esos falsos militantes, jóvenes y adultos, que sólo pensaban en el siguiente cargo, que veían al partido como agencia de colocación laboral. Esos eran los militantes que eran promovidos alegremente en la estructura del PRD. Todos ellos están vacíos de ideas pero llenos de ambiciones personalistas. Pocos de mis amigos de generación habíamos decidido la vía partidista. Y no sólo sentía el desprecio –constante, prepotente, religioso- de los militantes del nacido MORENA, también de aquellos quienes sin afiliaciones partidistas nos calificaban de iguales a aquellos a quienes decidí yo combatir en el PRD. En más de una ocasión les he dicho que no podemos derrotar a ese tipo de clase política si ellos no nos acompañaban. En parte los comprendo, pero su anti partidismo me parece insoportable, sus vías siempre –y hasta ahora lo digo- dan a ninguna parte si no se plantean seriamente una vocación de tomar el poder. En esos meses de mediana decepción me dediqué a estudiar, me preocupe de mi vida en las aulas, de mi vida íntima. La militancia era latente mientras no veía respuesta en ninguno de mis espacios políticos.
Tuvo que ser Iguala, tuvo que ser Cocula, tuvo que ser Tlatlaya, tuvieron que ser normalistas desaparecidos. Eso, ellos, destruyeron al partido heroico del cual me platicaba mi padre. Desnudó lo que ya sabíamos, pero sobre todo, desnudó a todos aquellos que alguna vez eran nuestros aliados. Caraduras. En lugar de que las condiciones pudiesen hacer a muchos reflexionar de la necesidad de un partido de izquierda, hoy más que nunca, decidieron defender las cuotas, los trabajos, las carreras políticas, en lugar de defender al país. No esperaba nada de los traidores de Nueva Izquierda, pero si esperaba decencia de la izquierda que está en las otras corrientes. Pero no se inmutaron ante la sangre que tenían en sus manos. Y desde entonces estoy desesperado por ver en las izquierdas partidistas algo de dignidad, de humildad y de necesidad de entender –que quizás yo tampoco entiendo y me esfuerzo en entender- la dimensión de la crisis. Pero la sociedad civil –que respeto y admiro- sigue pensando que constituyentes sin organización podrán cambiar al país. En las universidades estamos ensimismados en emular a los fracasados radicales –tontos útiles- de la huelga del 99-2000. Pocos parecen querer levantar la mirada a la guerra en que nos metieron y en la urgencia de detenerla. Sólo gritamos frustración al aire, y por el momento es lo único que hemos podido hacer. En la izquierda sólo hay confusión, cuándo esperaba que quizás la crisis –que nos revelaba la terrible normalidad del país- nos diera algo de claridad.
Renuncio con pesar porque no hay partidos para mí en este momento. El PRD que conocí ha muerto porque fue capturado por la “izquierda” paraestatal. Los que ahí permanecen, incluso a muchos quienes respeto, admiro y estimo, seguirán en la dinámica de un partido que ya no ofrece nada en programa o en posibilidades de cambio. MORENA para mí no es una opción. Hoy no, quizás mañana. Si algo no tolero es el autoritarismo, y esas son las condiciones de MORENA. Conozco y estimo a muchas personas que ahí se encuentran, pero en ese partido en las condiciones en que se encuentra no podría disentir –como ha sido mi práctica política, disentir-. No me iré a esa organización porque disiento del programa de Andrés Manuel López Obrador, conservador, falsamente redistributivo, sin ningún planteamiento digno sobre el régimen internacional de prohibición de drogas, sin idea absoluta que la lucha nacional depende de una política exterior activa, de una política educativa más allá de apapachar a los sindicatos corruptos. Sin un programa que entienda la crisis nacional actual, MORENA no me representa. Quizás mañana sea un partido donde los militantes puedan opinar diferente a López Obrador, quizás sea más democrático y menos dogmático, más deliberativo, y con una idea diferente de justicia, no sólo un programa anticorrupción.
¿Qué fuerza podrá no sólo ser oposición y tendrá la capacidad de condensar en sus demandas la necesidad de justicia? ¿Cómo organizar a la constelación de izquierdas que hoy está dispersa y caminado en direcciones contrarias? ¿Cómo podremos replantearnos con seriedad la toma del poder y el completo desplazamiento de esta clase política que nos ha hundido en esta crisis permanente? No tengo respuestas y mientras encontramos una respuesta seguiré en mi única militancia segura, Democracia Deliberada, y apuesto a las futuras opciones partidistas de izquierda en México. No seré anulista, ni despreciaré los partidos por el hecho de que lo sean. Sigo creyendo en el partido de la vanguardia para tomar el poder. Mi convicción democrática me dice que no hay forma –hasta ahora- más idónea para cambiar el país que los partidos políticos. No creo en la violencia ni en los saltos al vacío. Creo en la democracia y en un socialismo renovado por medio de los derechos y las libertades. No creo en la justicia por medio de las balas o por medio de la fortuna –como ha sostenido Javier Sicilia en sus cartas a Marti Batres-. Soy, como siempre lo he intentado ser, solidario con todos los esfuerzos de quienes encuentro con buena voluntad y convicción, votaré por aquellos en quienes encuentre convicción, marcharé con aquellos que me lo pidan, y me involucraré en los esfuerzos de una organización futura, diferente, razonable. Me confieso insuficiente y atado por mis condiciones para iniciar algo. Si las tengo lo haré sin duda ni reproche. Si alguien las tiene lo apoyaré. No seré mezquino con las causas justas. Sólo pido que miren a los mexicanos que viven el infierno todos los días en el país, y que todos los días callan en sollozos la terrible normalidad que parece nunca acabará. Porque para ellos, y me siento como ellos, la justicia parece que nunca llegará.