El tema del abuso escolar (bullying) ha ganado relevancia en los medios de comunicación en los últimos meses por casos recientes relacionados a violaciones sexuales o muertes de niños en escuelas. No se puede soslayar el problema de la violencia en ambientes escolares pero las soluciones y diagnósticos que han dado las autoridades dejan mucho que desear. La constelación de juicios y soluciones al problema –del cual parece que no sabemos mucho como sociedad- han cruzado de las vaguedades a las ocurrencias, de las ideas improvisadas a las ideas peligrosas.
Aquí algunos ejemplos de diagnósticos y soluciones al tema del abuso escolar: En Morelos la diputada del PRI, Rosalinda Mazari, propuso cambiar los nombres “vergonzosos” de los niños como medida para evitar que sean abusados. En Mérida una escuela decidió hacer un “escuadrón” de niños que identificaran el abuso escolar para denunciarlo ante las autoridades de la escuela. La Secretaría de Educación en el Estado de México ahora da cursos de yoga y meditación para que los niños “controlen sus emociones” según el secretario de la entidad. El senador Miguel Barbosa considera que: “Lo de antes era el bullying en su mínima expresión, hoy es el bullying con una violencia desmedida.” Los diputados federales de Coahuila han planteado expulsar a los niños que abusen de otros niños. En Puebla el gobierno ya sancionó a cien profesores por casos de abuso escolar. En el Senado de la República varios senadores han propuesto sanciones económicas, remociones y amonestaciones para los maestros, los padres de familia y las escuelas involucradas en casos de abuso escolar. La respuesta más prudente es la del gobierno federal que ha dispuesto un número telefónico y un sitio de internet para atender los casos del todo el país. Además la Secretaría de Gobernación y la Secretaría de Educación habrán de implementar protocolos y realizaran una encuesta sobre el tema. La pena es que en el sitio de internet no hay enlaces al protocolo o detalles de cómo evitar el abuso escolar. El subsecretario Campa anunció que habría recursos extras del programa nacional de prevención de la violencia –programa de por si problemático- para gobiernos locales en el tema de abuso escolar.
Es francamente problemático pensar en resolver el asunto del abuso escolar si tenemos diagnósticos vagos, soluciones improvisadas, datos escasos y medidas poco razonadas. Aquí ofrezco una rápida revisión de la literatura sobre abuso escolar, sus problemas de definición y medición, qué problemas provoca y qué podría hacerse.
Ha sido difícil definir el abuso escolar (bullying) durante los años por la literatura, y más diferenciarlo de otros tipos de violencia en el ámbito de la escuela. El concepto que ha ganado mayor consenso ha sido el de Owelus (1993), quien afirma que el abuso escolar es el uso repetido de violencia física y hostigamiento emocional a una víctima para demostrar su superioridad en un grupo. Los dos elementos centrales, la repetición y la asimetría de poder, tienen como objetivo evitar que escenarios violentos en la escuela puedan ser clasificados como abuso –ejemplo, riñas- y enfatizar los roles de los niños en casos de abuso, un niño ostenta el papel de abusador y otro de víctima. Pero no se trata sólo de abusador y abusado, también hay otros papeles sociales que hacen de este fenómeno uno socialmente más complejo.
O´Connell, Pepler y Craig (1999) sostienen que el abuso escolar es un fenómeno social donde todos los niños cumplen roles, por ejemplo, las niñas en su mayoría cumplen con el papel de defensoras –aunque hay casos de niñas abusadoras-, niñas y niños pueden ser espectadores y algunos también pueden ser copartícipes. A pesar que diversas características pueden ser consideradas para clasificar a un niño como posible víctima –género, orientación sexual, raza, aspecto físico-, el factor fundamental que se ha encontrado en estudios longitudinales es la apariencia de debilidad del niño o niña abusado (Juvonen, Graham, Schuster, 2006). Es claro que el perfil del abusador usualmente es varón y las mujeres tanto pueden ser defensoras de las victimas cuanto cómplices de los abusadores (Salmiavalli, et, al. 1996). La prevalencia de este fenómeno es sobre todo en los años de la adolescencia y de la convivencia en la educación secundaria, de entre los 11 años a los 16 (Nalsen, et. al., 2001). Juana Mejía en estudios realizados en secundarias también asocia el abuso escolar con la definición de los roles de masculinidad en el ambiente escolar (2013). Eduardo Weiss y Juana Mejía encontraron que el caso de mujeres el fenómeno se asocia con el prestigio que tienen ellas con respecto a los demás compañeras (2011).
Los estudios de abuso escolar han estado limitados por el acceso a información suficiente para conocer el fenómeno en su relación a otros aspectos como el nivel socioeconómico, ambiente escolar o ambientes urbanos o rurales. Las encuestas en Estados Unidos y otros país, así como de los estudios de campo, no han podido proveer de suficiente información de porque el fenómeno sucede y en que contextos sucede. Lo que sí ha quedado claro es que efectos puede causar el abuso escolar, por ejemplo, las victimas reportan cuadros de ansiedad y depresión, pero la prevalencia de estos cuadros psicológicos permanece durante más años en mujeres que en hombres (Bond, et. al. 2001). También Olweus (2003) se dedica a desmitificar ciertos efectos, por ejemplo, el que un niño sea abusador no se relaciona directamente a sus calificaciones, y tampoco el hecho que el abuso puede causar abandono escolar.
Con los estudios previos podemos al menos caracterizar el fenómeno como preocupante en razón de la salud mental de los niños victimarios. Es necesario estudiar si el fenómeno puede relacionarse a otros problemas como la deserción, la delincuencia juvenil o el suicidio, pero aparentemente no ha sido recurrente esta asociación en estudios en diversos países. Es de esperarse que la encuesta que hará Gobernación este bien diseñada para proveernos datos suficientes para caracterizar el fenómeno. Sólo así conoceremos las dimensiones del problema. También es indispensable basar los programas públicos que atenderán el problema con respecto a información. En Estados Unidos se creó un comité de expertos clasificaron de entre 500 programas de prevención del abuso escolar cuales podrían ser útiles. El resultado fue que solo 11 programas calificaron para ello (Elliott, 1999). Los programas exitosos en su mayoría se enfocan en intervenciones por medio de diálogos entre abusadores, victimas, defensores y coparticipes para sensibilizar sobre las dimensiones del problema. Un método es el que propone Rigby (2011), quien propone fases específicas y actitudes de las autoridades escolares para manejar problemas de violencia en la escuela. Los programas efectivos se basan en capacitación, dialogo y de diagnósticos de las comunidades escolares, no en castigos o expulsiones.
El camino al infierno está empedrado de buenas intenciones. Sería bueno que los bien intencionados se acerquen un poco a la literatura (y a los expertos) sobre el tema antes de lanzar propuestas al aire con dinero público. Un programa público bien artículo sería una excelente medida y experiencias ha habido al respecto, por ejemplo, la distribución del manual sobre violencia en el ámbito escolar que la misma SEP preparó el sexenio pasado. Si tantos protocolos se hacen, ¿por qué no mejor preparar a los maestros para aplicar intervenciones eficaces? Además las alternativas no tienen que ser castigos de unos sobre otros, o todos contra todos –cómo parece que piensan los senadores- sino comprender que la escuela debe ayudar a desarticular conductas machistas, violentas y de dominación entre los niños por medio de comprensión y diálogo.
Bibliografía
- Bond, L., Carlin, J., Thomas, L., Rubin, K., Patton, G., (2001), “Does bullying cause emotional problems? A prospective study of young teenagers, British Journal of Medicine, 323(7311), pp. 480-484.
- Elliott, D. S. (1999), “Editor’s introduction” en Olweus y Limber, Blueprints for Violence Prevention: Bullying Prevention Program. Boulder, Institute of Behavioral Science.
- Juvonen, J., Graham, S. y Schuster, Mark A. (2006), “Bullying Among Young Adolescents: The Strong, The Weak, and the Troubled”, Pediatrics, (112), pp. 1231-1237.
- Mejía Hernández, Juana (2013), Relaciones sociales y violencias entre adolescentes de secundaria, Tesis de doctorado, Departamento de Investigaciones Educativas -Cinvestav.
- Mejía, J. Ma. y Weiss, E. (2011). “La violencia entre chicas de secundaria”, Revista Mexicana de Investigación Educativa, 49, pp. 545-570.
- Nalsel, T., Overpeck, M., Ramani, P., Ruan, J. Simons-Morton, B., y Scheidt, P. (2001), “Bullying Behaviors Among US Youth: Prevalence and Association With Psychosocial Adjustment“, JAMA, 285(16), pp. 2094-2100.
- O´Connell, P., Pepler, D., Craig, W. (1999), “Peer involvement in bullying: insights and challenges for intervention”, Journal of Adolescence, 22, pp. 437-452.
- Olweus D., (1993), Bullying in school: what we know and what we can do, Oxford, Blackwell.
- Rigby, K. (2011), The Method of Shared Concern: A positive approach to bullying, Camberwell, ACER.
- Salmivalli, C., Lagerspetz, K., Björkqvist, K., Österman, K. y Kaukiainen, A. (1996), “Bullying as a Group Process: Participant Roles and Their Relations to Social Status Within the Group”, Aggressive Behavior, 22, pp. 1-15.