En estos días he leído en redes sociales y medios bastantes interpretaciones sobre el probable actuar de los cárteles del narcotráfico en México durante la pandemia. Varias más disparatadas que otras. Antes de comentarlas para mi gozo personal, creo que es importante decir algo fundamental: sabemos menos de lo que pretendemos. Lo que conocemos son los despliegues mediáticos de las organizaciones criminales, pero los etnógrafos y periodistas nos dirán más de lo que sucede o sucedió. Justo escribo esto porque hay que ponerle límites a la especulación revestida de cierta intuición ingenua. Como lo escribí para UVRN, todo, incluyendo la gobernanza criminal, está en los terrenos de la incertidumbre durante la pandemia.
El problema de muchas observaciones populares sobre el narco es que asumen que las organizaciones criminales son iguales todas en todo el territorio y en todo momento. Entonces, los detalles escapan a la espectacularidad de las afirmaciones. Hoy por hoy sabemos que hay grandes organizaciones (Sinaloa y Jalisco, como históricamente ha sucedido) y una incierta fragmentación en todo nuestro territorio. Sabemos que hay algunos territorios en disputa y otros relativamente intocados. Hay, pues, guerras localizadas en enclaves y solo algunos combatientes. Transponer lo que sucede en Sinaloa con lo que sucede en Jalisco es atrevimiento de asombrosa pereza intelectual. Por estas razones, hemos visto en la última década que la tasa de homicidios ha cambiado de municipio cada cierto periodo, porque las guerras se trasladan y hasta mucho después sabremos porqué llegaron ahí.
Por eso mismo, todavía soy escéptico de ver mes con mes el número de homicidios de las fiscalías locales. No sólo porque tienen subregistro y retrasos, también porque ver el acumulado nacional no nos deja apreciar la varianza regional, o la tendencia a largo plazo. Obviamente lo que escribo deja sin nota a ciertos periodistas. Decirles que no sabemos hasta ahora si la pandemia detiene, manipula, cambia o no afecta la violencia claramente no da notas de ocho columnas. Pero, a diferencia de otros colegas en ciencias sociales, prefiero ver la fotografía completa y a distancia que interpretar al galope o hacer predicciones.
De hecho, incluso si quisiéramos forzar con calzador a la teoría para deducir cosas, lo máximo que podemos decir es que la incertidumbre es todavía mayor. Por ejemplo, Manuel Eisner de la Universidad de Cambridge comenta, para México, que las medidas de distanciamiento social no parecen haber cambiado nada, lo cual sólo nos da idea de que no podemos ver con claridad los hilos teóricos detrás de la violencia.
En general y a groso modo, hay dos corrientes teóricas que explican cómo se manifiesta la varianza de cómo y cuándo se comenten crímenes: “strain” (o presiones en español) y oportunidades. Del lado de las presiones, grandes shocks del crecimiento, el desempleo o la desigualdad pueden afectar al crimen. Por otro lado, las oportunidades, como la persecución estatal, la vigilancia, o la falta de, pueden permitir el crimen. Ahora bien, sabemos que habrá un shock enorme en lo económico, pero eso puede afectar a las presiones aumentando el número de personas que cometen delitos. Pero, al mismo tiempo, el narcotráfico no está aislado de la economía, es parte de ella, por lo cual una pandemia que reduce la demanda global de todos los bienes obviamente reducirá también la demanda de bienes ilícitos (drogas, por ejemplo). Empero, la incertidumbre es enorme: todas las presiones y todas las oportunidades están siendo modificadas tan radicalmente que no tenemos idea todavía de cuáles serán sus efectos. No sabemos si habrá más violencia o menos, o se si mantendrá igual.
Es necesario pensar a las organizaciones criminales como organizaciones industriales. Sus bienes no son infinitos, sus riesgos son altos, y no todas están en el mismo lugar del mercado. Claramente organizaciones como Jalisco y Sinaloa pueden usar sus reservas financieras para despliegues de apoyo social y ataque a otras organizaciones. En cambio, las demás quizás, insisto quizás, tengan que replegarse. Una probable tendencia, de lo que hemos visto hasta ahora en las noticias (y ya es mucha predicción), es que estas organizaciones están haciendo una inversión de largo plazo: cuando la economía se estabilice, quizás tendrán una base social más amplia que los proteja y más territorio que administrar (que también es un problema administrativo nada menor). Sin embargo, cualquier protagonismo puede ser eventualmente repelido por la autoridad. Sin embargo, hasta ahora hemos visto al gobierno ausente. La Guardia Nacional está atendiendo la emergencia, construyendo aeropuertos, distribuyendo medicinas, programas sociales. Ya sabemos, substituyendo a la burocracia (de terror para el equilibrio civiles-militares).
Otra idea que ronda en las discusiones públicas, frecuente y nunca documentada, es que, una vez más, el crimen organizado dedicado al tráfico de drogas pasará a otras actividades criminales. Insistiré en nunca documentada: llevo una década leyendo que el tráfico de drogas ya no es el negocio del crimen organizado (mientras conspicuamente sigo viendo noticias de decomisos de drogas). Para ilustrar la discusión, recomiendo mucho el artículo de Le Cour, Norris y Smith sobre fentanilo y opio, porque hacen lo que a muchos sugeriría: dejar de especular y comenzar a documentar. Por lo cual, si poco documentamos de los negocios de las organizaciones criminales, pasar a especular sobre la especulación es ya un desatino bárbaro.
Uno de los ejemplos más socorridos en últimos días para explicar las transformaciones industriales en pandemias ha sido cómo Ford rehízo sus procesos industriales para hacer partes de vehículos de guerra en la Segunda Guerra Mundial. Ahora bien, Ford claramente tenía las ventajas tecnológicas para transformarse: mano de obra, capital humano y tecnología. Pasemos el ejemplo al crimen organizado: ¿toda organización puede transformarse a otra actividad criminal solo por presiones de mercado? Al igual que las industrias, por supuesto que no. No todos son Ford. Algunas se pueden adaptar y otras perecerán ante las demandas del mercado. Aquí un ejemplo de los argumentos más ridículos que soslayan este hecho. En Foreign Affairs un personaje escribió:
Deprived of their lucrative contraband, criminal organizations across the region will increasingly turn to human smuggling, cybercrime, kidnapping, and extortion to refill their coffers. In Central America, the sealing of borders and the militarization of border checkpoints have already pushed despairing migrants to pay a $200 premium to smugglers and gangs for “safe” passage from Honduras and El Salvador to Guatemalavia informal border crossings.
The Pandemic Could Bring Power to Latin America’s Criminal Gangs, By Paul J. Angelo
April 21, 2020
Aparentemente, según este analista, el tráfico de personas inició con la pandemia de 2020 y las organizaciones criminales se pasarán al cibercrimen. Ya quiero ver cómo entrenan sicarios en usar software para phishing o reinvertir sus capacidades de producción de drogas en computadoras portátiles. Más allá de mi sorna, quiero enfatizar que estos argumentos que revelan un pensamiento mágico sobre las organizaciones criminales persistente: que estas son sobrehumanas y que todo lo pueden.
Sobre este tema, un artículo de Miguel Ángel Berber trae mucha luz: al describir a las pandillas que cometen extorsión en Ayutla de los Libres, no parece ser que sus actividades están vinculadas a las grandes organizaciones criminales, sino que son netamente locales. Ahora bien, nuevamente, la teoría nos revela: si los negocios están cerrados por la pandemia, obviamente es más difícil extorsionarlos. Si la gente está encerrada en sus casas, es más complicado secuestrarlas. De hecho, porque me gusta recordar obviedades al público, los criminales son humanos y también saben que pueden cachar el virus. Las oportunidades en todo caso se están cerrando. Pues, la transformación industrial del narco no debería ser la primera respuesta ante cualquier cambio en la economía. Quizás ellos, al igual que todos los demás negocios de la economía formal, están esperando a que la pandemia pase para que haya economía en la cual operar.
Finalmente, a muchos les aterroriza que haya un reclutamiento masivo de personas en el crimen organizado por la pandemia. Por lo antes dicho, si son una organización cuyas fuentes de ingreso se están colapsando (demanda de drogas y otros bienes ilícitos, falta de oportunidades para la extorsión y el secuestro), quizás tus recursos no se vayan en aumentar tu planta laboral sino a mantener la nómina, como los demás negocios. Más bien, me preocuparía de delitos más “mundanos” como el robo o el saqueo, menos espectaculares y, claro, con menos shows en Netflix.