Hay cosas que nunca cambiarán: los impuestos, la muerte, y las reformas curriculares sexenales. Al iniciar este sexenio, el presidente López Obrador no había anunciado otra reforma educativa, sino revertir la pasada y modificar las políticas de distribución de recursos de la Secretaría de Educación Pública. Me sentí aliviado, por fin un sexenio en el cual no se iba a repensar la rueda curricular. Sin embargo, este 2022 nuevamente estamos en el proceso de reforma curricular. Otra vez la burra al trigo.
No es misterio, soy hijo de una profesora de primaria y un supervisor escolar. Para quienes no estén vinculados de alguna manera al sector docente mexicano, les dejaré una anécdota. Una de mis primeras memorias conscientes eran las discusiones en la mesa sobre la entonces reforma educativa basada en la teoría constructivista. Mis padres recitaban en voz a Jean Piaget y Lev Vygotsky. La pregunta que ambos se hacían era muy sencilla: ¿entonces el maestro ya no es maestro? ¿ya es guía del conocimiento? ¿cómo construir el conocimiento? El reto del plan, más allá de discutirlo, siempre era implementarlo. Estos son los lejanos noventas de la descentralización educativa. Sin duda, la misma conclusión: otra reforma curricular.
Crecí y llegaron los panistas. Se presentaron las controversias de la religiosidad del presidente, la disputa de los libros de texto (más antigua), la presencia de Elba Ester Gordillo y la Alianza por la Educación, y el fervor por resolver los catastróficos resultados de la primera ola de PISA. Comenzaron los procesos de las reformas de los planes de estudios de preescolar, básica y secundaria. La palabra de moda ahora eran las competencias (del entender ser competente, no de competir). Perrenoud y los documentos de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) circularon ampliamente. ¿Qué es una competencia? ¿cómo medimos los aprendizajes? No llevábamos más de una década de la reforma anterior pero ya venía la nueva. Sin duda, la misma conclusión: otra reforma curricular.
Emilio Chuayfett llegó a la SEP con la manda de aplicar la reforma evaluativa. Una demanda particular del sector magisterial era pensar la educación más allá de la administración de las plazas y la descentralización. Cruentas imágenes de protestas y evaluaciones masivas abrían los noticieros nacionales. Se cedió: un nuevo “modelo educativo” surgió. La escuela ahora estaba al centro. La gestión escolar y las habilidades socioemocionales entraron a la escena. ¿Cómo evaluarlo? ¿Nos evaluarán el plan en los exámenes estandarizados? No llevábamos más de una década de la reforma anterior pero ya venía la nueva. Sin duda, la misma conclusión: otra reforma curricular.
Por eso, en una sorpresa, Marx Arriaga, el enjundioso director general de Materiales Educativos del gobierno de López Obrador ha iniciado un proceso de reforma curricular. Él es el protagonista, no la titular de la Secretaría, una profesora de primaria. ¿Qué nos encontramos? Un regreso al constructivismo en un documento confuso y extenso que pasa de estadísticas sobre el sistema educativo a criticas a las reformas anteriores. Vigotsky y Piaget están de regreso. La comunidad está en el centro del programa, transformando a la escuela en una especie de presidencia municipal alterna. Es un enorme esfuerzo de enmienda lingüística sin duda. ¿Cómo conectar con la comunidad? ¿Cuál será la diferencia entre saberes y aprendizajes? No llevábamos más de una década de la reforma anterior pero ya venía la nueva. Sin duda, la misma conclusión: otra reforma curricular.
Lo único que permanece es la ambición de reformar el plan curricular. Pero quiero que pensemos en este ciclo de reformas sexenales. O bi-sexenales. ¿Cuántos años necesitamos para que los profesores adopten el nuevo plan? ¿Cuánto tardarán las normales en adaptar sus planes de estudio a la nueva reforma curricular? ¿Cuántas generaciones de práctica docente para que se vean resultados? ¿Cuántas evaluaciones y reuniones para adaptar y construir? ¿Cuántas horas para hacer nuevos materiales? La implementación (la gran némesis del actual gobierno) es lo de menos.
¿Los presidentes, secretarios y funcionarios se habrán preguntado si su reforma curricular sobrevivirá al siguiente sexenio? ¿Estarán conscientes que el esfuerzo de demoler lo pasado terminará en ser demolido años más tarde por la misma ambición? Pero creo que es todavía más relevante preguntarnos si otra reforma curricular habrá de resolver los problemas de calidad y cobertura que hay en nuestro sistema educativo. No dudo que quizás una reforma curricular pueda por fin abrir procesos necesarios. Pero cada día le tengo menos fe en esos procesos porque los veo siempre con fecha de expiración. Quisiera pensar más en políticas educativas, procesos de largo aliento, trabajo escolar colegiado, entre otros. Sin embargo, le estoy pidiendo mucho a una Secretaría que reinventa la rueda curricular.
Cierro con lo que sucede en cada ciclo sexenal. Las y los maestros verán a este proceso como un proceso más. Una anécdota más de sus carreras educativas. El magisterio permanecerá en sus lugares mientras los efímeros funcionarios educativos dejan sus puestos. Se preguntarán de nueva cuenta cuánto tardará en implementarse este proceso. Muchos con astucia como siempre dirán que es otra reforma más y que las cosas no cambiarán. Muchos se esperanzarán y quizás pensarán que está si es la buena. Lo problemática educativa es que como siempre, la educación no es una política de Estado construida con todos. Es, una vez más, una disputa de política lingüística sexenal.